La última vez que la vi
Durante el día, la ciudad juega a ser impecable. Sus edificios de cristal reflejan el sol como espejos bien pulidos, ocultando las grietas que se esconden tras sus muros. Los pasos apresurados de oficinistas resuenan en las aceras con un compás meticuloso, mientras los empresarios emergen de sus máquinas blindadas con la seguridad de quien nunca ha mirado hacia abajo. Algún artista de televisión se desliza entre la multitud, ajustándose los lentes oscuros, disfrazado de anonimato, como si pudiera escapar de su propio reflejo. Pero cuando el sol se rinde y la luz se apaga, la ciudad se desviste. Las sombras se alargan y todo lo que antes se ocultaba, cobra vida. Los taxis deambulan en busca de almas errantes, los autobuses avanzan como fantasmas con sus asientos casi vacíos, y en cada esquina, las figuras de la noche emergen bajo la luz parpadeante de los faroles. Prostitutas apoyadas en los postes, transexuales ajustando sus atuendos en los retrovisores de los autos, proxenetas vigilan...
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