Tuesday, February 07, 2023

Corrí


La noche estaba muy fría, era un 26 de diciembre del aquel año… Aquél año… Las luces de colores adornaban los postes de la avenida Libertador, renos, estrellas fugaces y velas eran los tres motivos que se repetían cada 100 metros, como se repetía tu recuerdo en mi cabeza.

No te podía sacar de ahí, siempre alegre con tus pantalones descuidados, tus franelas de mangas largas y una gorra azul obscura… No importaba lo que hicieras… Tú, siempre sonriente, contagioso, de solo verte encendías en mí esa chispa, esa energía, esas ganas vivir muchas vidas, de no desperdiciar ni un instante.

Se hacía muy tarde, yo solo caminaba, iba a la casa, pero no quería llegar… Solo quería caminar, caminar y caminar; casi no había tráfico, desde la calle se escuchaba una que otra fiesta al son de La Billo`s Caracas Boys y alguna que otra gaita del Gran Coquivacoa, los Cardenales del Éxito o Maracaibo 15.

Recuerdo cuando agarrabas tu cuatro y de oído tarareabas una de esas gaitas entrañables, Negrito fullero era la que mejor te sabías; yo disfrutaba mucho escucharte cantar y tocar, sentía que viajabas, que llegabas al lugar de la canción, saltabas de Maracaibo a Margarita, de Apure a Guayana o de Caracas a Nueva York.

El reloj de La Previsora marcaba ya pasadas las 12 de la noche, no sabía si era miércoles o domingo, no importaba, me detuve en el Boulevard de Sabana Grande, no había mucha gente, dos señores hablaban tranquilamente en la línea de taxis, un grupo de chamos esperaban una camionetica y un recoge latas cantaba Pedro Navaja.

La música en español siempre fue tu favorita, sabías un poco de todo; rock nacional, pop español, la onda nueva de Aldemaro, el jazz de Biella Dacosta y música tradicional del país, Serenata Guayanesa, Cantamor, Tío Simón, Carlos Guevara, Tambor Urbano y muchos otros de los que solo tú sabías el nombre.

Por la calle de los hoteles, en dirección a la Libertador, pasó un carro plateado a toda velocidad, creo que era un Aveo, todo ocurrió en cámara lenta para mí, ambos semáforos estaban en rojo, los señores de la línea de taxis saltaron del susto; lo que iba a pasar era inevitable… Una camioneta negra venia en contraflujo.

Extrañaba el calor de tus abrazos, estar tomados de las manos mientras me contabas cualquier tontería, algún dato inútil pero interesante, como que el libro “Papillón” es la historia de Henri Charriére, el dueño de El Gran Café que quedaba en la otra esquina; eso me fascinaba, siempre tenías algo que contar.

El estruendo fue ensordecedor, chocaron de frente, la camioneta empujó al Aveo hacia la parte de abajo de la Libertador, los pocos que estábamos por ahí salimos corriendo, fue instintivo, corrí con desesperación, corrí como si no hubiese mañana, corrí como queriéndote salvar, corrí como en la noche que te fuiste, corrí hacia ti, corrí, corrí, corrí pero no te pude salvar; seguí corriendo, corrí, corrí y corrí hacia la nada, corrí, corrí, corrí y te encontré, corrí, corrí, corrí y corrimos juntos, corrimos de la mano, caminamos de la mano, ya estábamos juntos, ya no teníamos que correr, ahora solo tenemos que estar… Estar juntos… Juntos para siempre.

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