Saturday, June 10, 2023

Las sirenas de la Guajira

            En aquel verano, de aquel año, la princesa Elena, embajadora de su reino, a diario disfrutaba de las aguas cristalinas del caribe colombiano.

Durante su estadía por esas misteriosas tierras, había escuchado la vieja leyenda de las sirenas de la guajira, unas criaturas hermosas, que, desde la distancia, solían juguetear con quienes tuviesen un corazón puro de verdad.  

Cada tarde, la princesa salía a recorrer el malecón de la ciudad con su catalejo en mano, deseando poder ver, al menos, una sirena; pues ella estaba segura de tener un gran corazón, y o puro de verdad… Y eso lo aseguraban todos los que la conocían.

Una tarde desafortunada, una gran ola arrastró a Elena en la playa, llevándose su amado catalejo a lo profundo del mar… triste y desanimada, Elena regresó a su palacio, pensado que ya no podría ver a las sirenas, pero a la mañana siguiente en la puerta de sus aposentos, ¡Oh sorpresa!  En una reluciente concha de nácar, repleta de perlas de todos colores esta su amado catalejo, acompañado de una nota escrita con letras de oro:

 

Querida Elena,

Recibe tu catalejo de vuelta, disfrutamos mucho verte a diario jugar con él.

  Tus amigas, las sirenas.

Tuesday, February 07, 2023

Corrí


La noche estaba muy fría, era un 26 de diciembre del aquel año… Aquél año… Las luces de colores adornaban los postes de la avenida Libertador, renos, estrellas fugaces y velas eran los tres motivos que se repetían cada 100 metros, como se repetía tu recuerdo en mi cabeza.

No te podía sacar de ahí, siempre alegre con tus pantalones descuidados, tus franelas de mangas largas y una gorra azul obscura… No importaba lo que hicieras… Tú, siempre sonriente, contagioso, de solo verte encendías en mí esa chispa, esa energía, esas ganas vivir muchas vidas, de no desperdiciar ni un instante.

Se hacía muy tarde, yo solo caminaba, iba a la casa, pero no quería llegar… Solo quería caminar, caminar y caminar; casi no había tráfico, desde la calle se escuchaba una que otra fiesta al son de La Billo`s Caracas Boys y alguna que otra gaita del Gran Coquivacoa, los Cardenales del Éxito o Maracaibo 15.

Recuerdo cuando agarrabas tu cuatro y de oído tarareabas una de esas gaitas entrañables, Negrito fullero era la que mejor te sabías; yo disfrutaba mucho escucharte cantar y tocar, sentía que viajabas, que llegabas al lugar de la canción, saltabas de Maracaibo a Margarita, de Apure a Guayana o de Caracas a Nueva York.

El reloj de La Previsora marcaba ya pasadas las 12 de la noche, no sabía si era miércoles o domingo, no importaba, me detuve en el Boulevard de Sabana Grande, no había mucha gente, dos señores hablaban tranquilamente en la línea de taxis, un grupo de chamos esperaban una camionetica y un recoge latas cantaba Pedro Navaja.

La música en español siempre fue tu favorita, sabías un poco de todo; rock nacional, pop español, la onda nueva de Aldemaro, el jazz de Biella Dacosta y música tradicional del país, Serenata Guayanesa, Cantamor, Tío Simón, Carlos Guevara, Tambor Urbano y muchos otros de los que solo tú sabías el nombre.

Por la calle de los hoteles, en dirección a la Libertador, pasó un carro plateado a toda velocidad, creo que era un Aveo, todo ocurrió en cámara lenta para mí, ambos semáforos estaban en rojo, los señores de la línea de taxis saltaron del susto; lo que iba a pasar era inevitable… Una camioneta negra venia en contraflujo.

Extrañaba el calor de tus abrazos, estar tomados de las manos mientras me contabas cualquier tontería, algún dato inútil pero interesante, como que el libro “Papillón” es la historia de Henri Charriére, el dueño de El Gran Café que quedaba en la otra esquina; eso me fascinaba, siempre tenías algo que contar.

El estruendo fue ensordecedor, chocaron de frente, la camioneta empujó al Aveo hacia la parte de abajo de la Libertador, los pocos que estábamos por ahí salimos corriendo, fue instintivo, corrí con desesperación, corrí como si no hubiese mañana, corrí como queriéndote salvar, corrí como en la noche que te fuiste, corrí hacia ti, corrí, corrí, corrí pero no te pude salvar; seguí corriendo, corrí, corrí y corrí hacia la nada, corrí, corrí, corrí y te encontré, corrí, corrí, corrí y corrimos juntos, corrimos de la mano, caminamos de la mano, ya estábamos juntos, ya no teníamos que correr, ahora solo tenemos que estar… Estar juntos… Juntos para siempre.

Monday, January 25, 2021

Un cachorrito de ojos dormidos

Doña María era una mujer viuda de unos setenta y tantos años, amante de la cocina y el hogar, tanto, que hasta entonces no había quien se resistiera a su famoso pastel de morrocoy.

 

Era el mes de julio de 1997, Domingo, el primero de sus nietos, estaba pronto a cumplir años; doña María no podía hacer otra cosa que organizarle un almuerzo, al revisar la despensa vio que le hacían falta algunas cosas para tal evento, así que se dispuso para ir al supermercado, pero justo al abrir la puerta de su casa, se encontró con un hermoso cachorrito de ojos dormidos que la miraba fijamente. Ella lo vio como si nada, le hizo la vuelta para esquivarlo y seguir su camino. Camina que te camina, y el cachorrito… detrás.

 

El supermercado quedaba a unas cuadras de su casa; había que cruzar la calle y doblar en la esquina, llegar al kiosco de Manolo, seguir por la acera hasta la peluquería que daba al Mercatradona, el único supermercado del pueblo; y a todas estas, el cachorrito… detrás.

 

Justo en la puerta del local estaba un señor de ojos pardos, piel morena, cabello negro y de un metro ochenta de alto. Él la vio y le preguntó:


—¿Ese cachorrito es suyo?
 

—No. —Contestó ella con firmeza. 

—Entonces me lo llevo para mis nietos.

 

La abuela entró al supermercado, dio vueltas y vueltas por los anaqueles, al parecer algo le había despojado de su concentración y por ello al cabo de unas dos horas volvió a casa sin poder comprar nada.
A la mañana siguiente se preparó para ir al supermercado de nuevo, pues aún le faltaban las cosas para el gran almuerzo. Esta vez, se puso brillo en la boca y algo de perfume, al abrir la puerta… allí estaba él, viéndola con sus ojitos dormidos, ella lo vio... y siguió; cruzó la calle, dobló en la esquina, siguió por la acera hasta la peluquería que daba al supermercado; y el cachorrito… detrás.

 

Una sensación extraña se apoderaba de la abuela; eso de andar con un cachorro ajeno era bastante extraño.

 

—Ojalá me encontrara al viejo ese y le devuelvo su perro. —Exclamó la abuela con un aire más nostálgico que molesto.

Al verlo, las maripositas de inmediato invadieron su estómago. Ahí estaba él… con su piel morena y sus ojos pardos. Doña María lo único que pudo expresar fue una sonrisa de quinceañera. 

 

—¿Qué es, chica? Ya tú estás vieja pa'la gracia —pensó. 

—¿Ese cachorro es suyo? —Preguntó el señor en un tono muy cortés.

—No, y si se lo va a llevar a sus nietos, asegúrese de amarrarlo bien. Mire que yo no estoy puesta por el gobierno para andar repartiendo perros por ahí.

 

El corazón le latía cada vez más rápido. En lo único que podía pensar era en aquellos ojos pardos, entró al supermercado, y al igual que el día anterior, dio vueltas y vueltas por los anaqueles sin comprar lo que le hacía falta; nuevamente llegó a casa sin nada en las manos. 

 

Al día siguiente se bañó, se secó el cabello y se maquilló. Antes de salir, se persignó y abrió la puerta para ver si sus ojitos dormidos estarían ahí. Él la miró y ella igual, esta vez, con ánimos de complicidad, el cachorro no iba detrás, caminaban uno al lado del otro.

 

En la puerta del supermercado estaba él, con su "liqui liqui" impecable, y a diferencia de los días anteriores, el viejo preguntó:

 

—¿Esta abuelita es tuya? 

—No. —Respondió el animalito. 

—Entonces, me la llevo para mí.

Sunday, May 13, 2018

Mi avioncito de papel

Ayer tomé una hoja de cuaderno y me hice un avioncito de papel, en él monté todas mis ilusiones, mis sueños y esperanzas.

Ayer tomé una hoja de cuaderno y me hice un avioncito de papel, junté ocho lápices, quince hojas, y todos mis cuentos; un cuatrico, una flauta y mis canciones.

Ayer tomé una hoja de cuaderno y me hice un avioncito de papel, cargué una historia de amor, once años por cumplir y a mi ranita consentida.

Ayer tomé una hoja de cuaderno y me hice un avioncito de papel, lo pinté con las caras de mis padres, mis hermanos, mi familia y mis amigos.

Ayer tomé una hoja de cuaderno y me hice un avioncito de papel, salí corriendo e impulsado por el viento, volé tan alto como pude para mirar al mundo desde arriba y escribirles esta historia de cómo ayer tomé una hoja de cuaderno y me hice un avioncito de papel.

Ángel de la guarda

—¿Preparado? Es hora de ir a la tierra.
—¿Solo?
—No te preocupes, tendrás a alguien que te guiará, te enseñará acerca de las cosas, te cuidará y te acompañará, será tu ángel de la guarda.
—Pero dime más.
—No hay tiempo, es tu turno.
—Al menos dime su nombre.
—Eso no tiene importancia, tú le dirás Mamá.

Saturday, September 03, 2011

Él Me Contó un Yo Conocí


Yo conocí a un hombre que un día se me acercó y me dijo:
 “Yo conocí una vaca que no había visto nunca el mar, pero le hablaron de las olas, de las playas, de las islas; oyó hablar de sus aguas, de sus peces, de los pulpos, de los calamares, los camarones y los caracoles; le dijeron de los puertos, los barcos, los veleros… Tanto le contaron que la vaca se enamoró del mar. Y tanto se enamoró que, de tan solo pensar en él, coloreaba de azul”.
Mis oídos se maravillaron al escuchar aquellas palabras, yo había escuchados historias, anécdotas, pero aquel cuento me hizo recordar a alguien muy especial, y así se lo hice saber.
Acto seguido le pregunté cómo lograba que sus cuentos fuesen tan maravillosos, a lo que el me respondió:
“los cuenteros de mi pueblo no comenzaban sus relatos con “había una vez…” o “erase una vez…” simplemente decían: “a mí me dijeron…”, Fulano me contó…”  o “andan diciendo por ahí…”. Con tanta seguridad lo afirmaban que uno sentía que habían estado allí, que habían vivido, como vivían, lo sucedido.
Por eso mucho de mis cuentos comienzan por yo conocí…”
Ante aquello no me quedos más que decirle a aquel hombre que me enseñara a contar cuentos, pero con aquella sabiduría que se refleja en sus ojos y que hasta ahora nadie le ha podido discutir, me dijo:
A contar cuentos no se enseña, se aprende.
Y le pregunté: ¿entonces me puede contar como aprendió a contar cuentos?
Una mañana, temprano, recibí una carta de un pariente recién fallecido. Me nombraba como único heredero de unas tierritas suyas. Eso de tener un pedacito de "tierra propia" entusiasma a cualquiera, y decidí irme hasta allí. Recogí mis pocas cosas en un saco y cargué con unas moneditas de oro que, con esfuerzo, tenía guardadas. Las tierritas en cuestión no eran grandes, ni pequeñas, eran como para uno. Y con una pequeña casa, además. La zona llana, con alguna que otra lomita, y algo seca. Con muchos chivos, correteando y comiendo por todos lados. Menos en mis tierritas. Allí, todo estaba bien cercado, por los chivos, supongo. Cuando llegué, casi entrando a la casa, me di cuenta de un detalle: no conocía nada de tierras, de cultivos, de cosechas. Comencé a entristecerme. En eso, se acercó un campesino, a conocerme, y se ofreció para ayudarme.

-¿Son buenas estas tierras? - le pregunté.
-A ver, déjame averiguarlo - me respondió, mientras recogía un pequeño puñado de ella, lo amasaba entre los dedos y la palma de la mano, lo acercaba a su nariz y lo olía, como saboreándolo.
-No
sólo buena -agregó enseguida - ¡Muy buena! ¡La mejor de estos lados!
-¿Qué sembrarías en ella?
Olfateó de nuevo el pequeño puñado de tierra, que aún tenía en la mano.
-Maíz. Si nos ponemos de acuerdo, te ayudo en lo que necesites.
-¿Qué me propones?
-Si tú consigues la semilla... hasta te puedo acompañar a elegirla... te enseño a sembrarla. Eso sí, vamos a mitad con lo que se coseche.
El trato me pareció bueno. Y, comenzamos a cumplirlo. No voy a decir que no me cansé. Mucho. Buscando las semillas. Aprendiendo a sembrar. A traer agua del arroyo para regar lo sembrado. A esperar que nacieran las plantas. A verlas crecer. A cuidarlas de los chivos. Todo los días, de seis de la mañana a seis de la tarde, o más. Pero, ¡cuántas emociones!: desde el entregar a la tierra las semillas, pasando por ver a las primeras hojitas que se abrían hacia el cielo, como boquitas pidiendo vida, hasta llegar a las mazorquitas que aparecían y, día a día, se iban haciendo grandes, más grandes, y comenzaban a granar.
Un día, estando en la cocina, preparando mi almuerzo, veo unos pájaros negros revoloteando. Empiezan a posarse en el maizal. Eran unos tordos o cuervos. No lo sé bien, conozco poco de pájaros. Noté que comenzaron a picotear las mazorcas, a destrozarlas, comiéndolas. Con una escoba salí a espantarlos pero, apenas regresaba a la casa, ellos volvían a ensañarse con el maizal.
Corrí a la casa del campesino a contárselo, y él me dijo:
-Lo que pasa, es que eso ya está hecho.
No sabía qué era lo que quería decirme. Supuse que tenía relación con que había que cosechar todo.
Así era. Y así lo hicimos.
Nos dio cien sacos para cada uno. Le entregué los cien acordados al campesino y guardé los míos en la casa. Varios en la cocina.
Recomienzo con el almuerzo que estaba preparando, de lo más contento. De pronto, escucho unos golpecitos en la ventana. Miro: hay uno de esos cuervos o tordos, llamándome. Abro la ventana y el animalito que me dice:
-Mira, ¿cómo es la cosa? ¿Cómo es que tú nos sacas la comida de nuestros hijos? ¡Bien molestos que estamos!
No voy a decir que no me asustó que un pájaro, que no era un loro, me hablara. Pero tampoco iba a demostrárselo. Firme, le respondí:
-¡Y, todavía, me protestas! ¡Vaya abuso! Con el entusiasmo que sembré, el esfuerzo que me costó, el tiempo que esperé...
-Mira - me cortó el pájaro - vamos a dejarnos de parloteos, porque yo no vine a discutir esto contigo. Te propongo un trato.
-¡Habla!
-Si yo te cuento un cuento: ¿Tú, me regalas una mazorquita?
El pajarraco como que sabía que a mí me gustaban los cuentos... El cuento fue bueno, en verdad. Le entregué su mazorca y se fue.
Sigo cocinando... y de nuevo los golpes en la ventana. Me doy vuelta y otro de esos pájaros. No sé cómo me di cuenta que era otro. Pero, era. Te lo aseguro.
Le abro, y el animalito que me comenta:
-El compadre me dijo que si uno te cuanta un cuento, tú, le regalas una mazorquita a uno.
-Pero, ¿será bueno tu cuento?
-Tú sabes que nosotros podemos dar la vuelta al mundo, y nos
Aprendemos muchos cuentos. Te prometo más que uno bueno: ¡uno buenísimo!
Te aseguro que así fue: un cuento excelente. Le regalé dos mazorcas.
Claro, a partir de aquí comenzó la cosa: pájaro negro que venía, cuento que me echaba, mazorca que se iba; pájaro negro que venía, cuento que me echaba, mazorca que se iba; pájaro negro que venía... Cuando quise acordar, no me quedaba ni una. Ni para remedio.
Me fui a buscar, debajo de la cama, el cofrecito donde había guardado las moneditas de oro, las pocas que me habían sobrado de la compra de las semillas de maíz. No me daban para mucho. Pensé que podía pagarle a alguien para que me acercara hasta un palacio, pero no conocía a nadie. Resolví irme donde viviera algún familiar. Recordé que, por una zona cercana, había una mujer amiga de nuestra familia. Pensé que debía comenzar por ahí, e irme hasta su casa.
Decidí que llegaría próximo al mediodía: con el entusiasmo de vernos, la conversación, los recuerdos compartidos, me invitaría a almorzar.
Pero, conversación iba, conversación venía y nada que me dijera de comer. ¡Y tenía unas ganas! No aguanté más:
-Mujer, ¿si yo te cuento un cuento, tú me darías un plato de comida?
Como que a ella, eso de los cuentos, también le gustaba. Con los ojos abiertos como el dos de oro, me respondió:
-Almuerzo completo y postre. Si el cuento es bueno, por supuesto.
Elegí uno de los mejores, de los que me contaron los pájaros.
Emocionado, al terminar, luego de recibir mi abundante almuerzo, me di cuenta que podía sacarle provecho a esos de los cuentos.
Para la noche, recomendado por ella, me llegué a la casa de un familiar de la mujer. En los días siguientes, a casa de familiares y amigos de ellos. Así me fui convirtiendo en un cuentacuentos: compartía una historia, una leyenda, una anécdota, un cuento y recibía, a cambio, un dulce, un objeto de valor, un bastón, una muñeca de trapo, otro cuento...
¡Ah!... Hablando de eso: ¿qué me vas a dar a cambio de los cuentos que acabo de narrarte?
Bueno, aparte de un fuerte aplauso, quiero contarte un cuento, pero eso si, dame un chance, porque primero tengo que aprender a contar como tú.
Te la pongo fácil, me dijo aquel hombre, ¡toma! Y me entrego un pequeño libro azul de pequeñas historias, que parecía estar, incluso, dibujado por él.
Al cabo de una semana lo vi de nuevo, y sin pensarlo dos veces me le acerque y le dije:
“Yo conocí un  río que no tenía orillas: era enorme como una laguna. Un día quiso cambiar. Quiso ser otra cosa. Se pasó por el ojo de una aguja y se hizo finito, finito. Finito como un hilo de agua. Un hilo de agua azul y húmedo que sirvió para hacerle un traje a la lluvia.”
“yo conocí un caballo que bebió tanta agua de aquel río que, cuando nos miraba, en sus ojos, veíamos nadar a los pececitos”.
Una sonrisa se dibujaba en aquel rostro, él sabía algo de mí que ni yo, en el más profundo de mis sueños, habría logrado imaginar.
Me invitó a ir con él, a iniciar un viaje de maravillosos colores, donde el mundo puede estar al revés, donde en el cielo se dibujan rayas de tizas de colores, donde los castillos cambian de color, a conocer al mejor rey de todos los reyes, donde hasta Clotildeana me tuvo que rescatar de un dragón, fui y conocí a Víctor, a Clarisa, a Sebastián, a Juan y su pulga Juanita, a Laura Aquilina y al ogro miniatura, a tantos personajes y sus historias y a las historias de los personajes de esas historias.
Y hoy te cuanto a ti, esperando a que me cuentes a quien conociste tú.

Saturday, May 01, 2010

F.A.C.H.

Una vez leí en una de las tantas cosas que suelo leer, esta vez, una de esas cadenas que la gente reenvía y reenvía y que uno crees que no son mas que palabras sin sentido y sin emoción, pero oh sorpresa, sin querer y sin darme cuenta las lagrimas caían lentamente por mis mejillas, quería entender que pasaba, quería entender porque lloraba, busqué cual de los sentimiento por los que en mi vida había llorado, tristeza y felicidad, pero ninguno de los dos estaban por ahí, no me quedó mas que leer nueva mente el texto que ahora les cito.

"Desearía tanto q el cielo tuviera teléfono para poder escuchar tu voz. Pensé hoy en ti, eso no es ninguna novedad. Pienso en ti en silencio. Lo único q tengo son recuerdos y muchas fotos. Dios t tiene en sus brazos y yo en mi corazón. Daría todo por abrazarte por un segundo."

En ese instante y cuando me di cuenta de quien lo había reenviado, el sentimiento se hizo mas profundo, pues era mi tío, quien para mi es una de esas personas que jamás lloran, de esas que son fuertes y de las que te dan un abrazo cuando estas triste.

Después de eso me di cuanta que pasaba, ya no era solo él, yo también me sumaba a las lágrimas por  recuerdo y la ausencia física de aquel quien fuera su padre y mi abuelo. 

Lloraba porque me hacia falta. 


Saturday, April 12, 2008

Sebastian Inventa Cuentos